Comentario al texto The Ethos and Telos of Michoacán’s Knights Templars de Claudio Lomnitz[1]

Por: Edgar Guerra, Programa de Política de Drogas

 

En la gran novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, el escritor chileno (cuasi mexicano) narra lo que para mí es uno de los pasajes más perfectos y significativos de su literatura: el encuentro entre Octavio Paz y Ulises Lima (capítulo 24, página 501 de la primera edición de Anagrama, 1998). Esta aparente casualidad, que ocurre en las arboladas del Parque Hundido, representa uno de los episodios culminantes de Los detectives salvajes porque, más allá de las intenciones y motivos de los personajes —que poco importan, diría yo—, el evento describe el choque entre dos literaturas, entre dos mundos literarios encarnados: el primero, por Paz, el poeta más universal de México, y el segundo, por Ulises Lima, álter ego de Mario Santiago Papasquiaro, poeta representante del movimiento infrarrealista (e íntimo amigo de Bolaño).

 

En la ficción —y en la vida—, ambos escritores personifican dos horizontes literarios en tensión. Paz simboliza una literatura que se nutría de lo más excelso de la tradición lírica y que pontificaba para las élites liberales. Frente a esta literatura, Lima encarna un movimiento poético que levantó la voz desde la periferia, la anarquía y la radicalidad. En el fondo, lo que Bolaño narra en ese pasaje, y en toda su novela, no solo es la búsqueda salvaje de una identidad poética, sino, sobre todo, la detectivesca exploración que toda una generación cultural emprendió para encontrar una nueva narrativa, un anclaje de sentido que diese certezas en medio de un México que se diluía y uno nuevo que no lograba aún su plenitud.

 

La referencia a la obra de Bolaño me es útil para ilustrar, en clave literaria, un fenómeno social e histórico en el que nuestro país se ha anegado desde hace varias décadas: el arribo hacia un México moderno. Nuestro tránsito desde una sociedad tradicional hacia una moderna se ha enfrentado a demasiadas inercias y desaciertos, lo que ha traído consigo desequilibrios, tensiones y conflictos. Existe una abundante literatura que ha estudiado este fenómeno, así como sus efectos en lo político, lo económico y lo social. Sin embargo, las consecuencias negativas e imprevistas que genera el conflicto entre la tradición y la modernización, no solo se manifiestan, con toda su complejidad y efectos, en estos ámbitos, sino también en otros aparentemente distantes y distintos como el espacio social de las economías ilegales y de las organizaciones delictivas. Y es en esta última dimensión donde la literatura especializada comienza a profundizar.

 

El texto The Ethos and Telos of Michoacán’s Knights Templars, de Claudio Lomnitz, se sumerge en esa transición de nuestro país hacia la modernidad. En un ensayo académico, cuya estructura se acerca mucho a la de un relato, el catedrático de la Universidad de Columbia (quien, curiosamente, tiene en común con Bolaño la nacionalidad y el haber pasado varios años de su formación académica en México) analiza los efectos de la modernización en las organizaciones criminales. De manera particular, ofrece una explicación acerca del surgimiento, hegemonía y declive del modelo criminal predatorio de Los Caballeros Templarios (LCT), en Tierra Caliente, en el contexto de la transición del Michoacán tradicional al contemporáneo. Lomnitz observa, con gran intuición, a la organización de LCT como un fenómeno que surgió en respuesta a la tensión entre cultura y estructura social que la modernización trajo consigo.

 

En un ensayo admirable y penetrante, el profesor antropólogo explora un caso de experimentación cultural[2] (p. 1) dentro del mundo del crimen organizado, en el marco de una profunda reconfiguración social: la de una modernización accidentada. A través del análisis del ethos y el telos (historicidad) de los templarios, Lomnitz busca contribuir al entendimiento de los marcos teleológicos que legitiman y reproducen la violencia en el México contemporáneo. Sobre la base de material empírico y bibliográfico diverso, el autor presenta una lectura antropológica acerca de cómo los templarios construyeron su dominio en la región, por medio de un proyecto de reconstitución de la sociedad patriarcal (que la modernización estaba fracturando) y de protección de las localidades. Sin embargo, el autor advierte que este proyecto se truncó y tomó otras vías: LCT terminaron convirtiéndose en una maquinaria de expoliación de la riqueza social de las comunidades, de dominación de poblaciones y de violencia. ¿Cómo ocurrió este proceso? ¿Por qué esta organización delictiva terminó violentando a los habitantes de las localidades en que se asentaban y realizaba sus actividades?, se pregunta Lomnitz. La respuesta, nos dice el autor, se encuentra en los contenidos de la religión templaria. Como más adelante explico, para el autor, la magnitud de poder económico, político y de fuerza letal que alcanzaron los templarios provocó que la ideología patriarcal, pilar de su religión, se convirtiera en un paradigma de dominación dividido en dos estratos: líderes déspotas y sanguinarios y pobladores secuestrados y asesinados.

 

En las siguientes líneas haré una lectura de la tesis de Lomnitz. Enseguida, señalaré los rendimientos científicos de su propuesta antropológica. Y, finalmente, propondré una hipótesis que complementa su explicación acerca de las causas de la violencia que ejercieron LCT contra la comunidad. Argumentaré que, si bien, la tesis sobre el contenido patriarcal y elitista de la ideología templaria abre un fructífero horizonte de investigación para entender la historicidad de esta organización criminal y, sobre todo, para explicar el uso de la crueldad y brutalidad dentro de sus prácticas de violencia, es pertinente complementar su enfoque con una perspectiva sistémica que analice los procesos de diferenciación estructural de la organización.

 

Excurso:

Antes de proseguir, me parece importante mencionarle al lector por qué es necesario estudiar a Los Caballeros Templarios. Los Caballeros Templarios son un caso singular entre las organizaciones criminales. Primero, porque a lo largo de su historia se presentaron públicamente con dos identidades distintas: en un primer momento, bajo el nombre de la Familia Michoacana (2005-2010) y, después, con la designación de Los Caballeros Templarios (2010-2014). Segundo, porque LCT representan un nuevo tipo de organización criminal que se caracterizó porque logró diversificar sus actividades delictivas. Bajo la denominación de la Familia Michoacana, se consagraron a los mercados de drogas y articularon su narrativa de protección a la comunidad; luego, a partir de 2010, siendo ya conocidos como LCT, se erigieron como una de las primeras organizaciones criminales cuyas actividades ingresaron en distintos mercados ilegales como la extorsión, el secuestro, el tráfico ilícito de metales y la trata de personas —un proceso que Natalia Mendoza llamó “cartelización” (Mendoza 2017)—. Tercero, porque el carácter despiadado de LCT inauguró, junto con Los Zetas, una nueva forma de ejercer la violencia, caracterizada por una desproporcionada crueldad y brutalidad. Cuarto, porque la Familia Michoacana, en un primer momento, y LCT, poco después, buscaron articular una amplia base social entre las rancherías de la región, no solo presentándose como protectores, sino también como benefactores. Quinto, y más importante, porque LCT buscaron imponer en Tierra Caliente una nueva religión, la religión templaria. De suerte que imprimieron un carácter mesiánico a su organización, simbolizado en la figura de su líder Nazario Moreno González, y construyeron una identidad social cimentada en imaginarios tradicionales, como la familia, y en una mística que se erigía sobre la base de un código moral.

 

***

 

Lomnitz argumenta que México vive, desde hace tres décadas, una crisis de representación política y simbólica que no corresponde con los universos morales de sus poblaciones. Esta crisis es consecuencia de la tensión existente entre la estructura social y la dimensión cultural de la sociedad (narrativas e imaginarios). En otras palabras, los grandes cambios estructurales —tanto en lo económico, como en lo político—, que se han presentado en nuestro país no han traído consigo variaciones de tipo cultural. Así, Michoacán resintió profundas transformaciones económicas con el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio en 1994, lo que derivó en la crisis de la agricultura de subsistencia y la desestructuración de los patrones de migración de retorno (p. 14). A su vez, esta crisis tuvo un fuerte impacto en la estructura familiar y en las economías ilegales: el modelo de la familia tradicional se desarticuló y la producción de drogas ingresó al nuevo mercado de las metanfetaminas. Sin embargo, en muchos sentidos, las narrativas sobre la familia y las drogas se conservaron sin alteraciones dignas de mención: socialmente se mantuvo la añoranza por el ideal patriarcal y, de igual forma, moralmente se siguió condenando la producción y consumo de las sustancias ilícitas.[3]

 

Esta tensión entre estructura social y cultura es ilustrada por Lomnitz mediante la narración del colapso entre dos mundos: el mundo rural michoacano, confinado dentro de las fronteras geográficas de Tierra Caliente, y el mundo de la imaginación moderna en que vivieron —y viven— no pocos terracalenteños, quienes, a través de los flujos migratorios que se inauguraron en los años sesenta, llegaron hasta California (EE. UU.) en busca de otras opciones de vida y de una posición que le permitiera estar en contacto con su región y familia a través de las remesas (p. 13). El texto reconstruye la resistencia del imaginario cultural de un Michoacán medianamente idílico que yace sepultado en el pasado y que se resiste a sucumbir ante el Michoacán contemporáneo: precarizado y excluyente. Lo relevante, para el fenómeno estudiado, nos advierte el autor, es que este cambio de gran calado detonó mutaciones en el ámbito de las organizaciones delictivas.

 

El texto muestra cómo, a partir de una serie de transformaciones estructurales, que han ocurrido desde finales de los años ochenta —y que, para el caso de Michoacán, algunos autores identifican como neoliberales, entre ellos (Maldonado Aranda 2010)—, México cambia de manera radical. El impacto de este proceso es profundo y las formas sociales cotidianas ingresan a una fase de transición. En Michoacán, por ejemplo, el modelo de la familia (tradicional), con sus roles y funciones, como el del padre proveedor y la madre protectora, entra en crisis. El discurso sobre la familia, ese artefacto semántico que daba unidad a los terracalenteños, comienza a perder su fuerza.

 

La familia, en el nuevo contexto michoacano de migración, ahora consta de dos o tres núcleos. El padre deviene migrante, y su más grande acto de amor es la traición al ideal patriarcal, que se expresa en el abandono de esposa e hijos con el fin de proveerles recursos desde el exilio (p. 13). La desintegración familiar se convierte, desde entonces, en el nuevo símbolo de unidad. El único lazo que sostendrá a la familia desintegrada será el vínculo económico, a través de las remesas. Del otro lado de la frontera, las nuevas formas sociales también parten de la tragedia. El sueño americano no se cumple para todos los padres de familia autoexiliados, y los pocos que consiguen un trabajo lo viven y disfrutan a un costo muy alto: la humillación en los empleos precarizados, la discriminación por su condición de mexicanos, el estigma del origen social y la simbólica emasculación al desempeñarse en labores que, desde el punto de vista del orden patriarcal michoacano, no son propias de hombres (pp. 24 y 31).

 

En su relato, Lomnitz muestra cómo, en este contexto, surgieron nuevas formas sociales tanto en las economías legales como en las ilegales. En el caso de las primeras, en oposición al terracalenteño quien, desde la exclusión y la precariedad michoacana, no halla cómo sostener una familia, apareció la figura del migrante michoacano, quien forma parte de los estratos más bajos del hiperconsumismo en las sociedades posmodernas, como California (pp. 12-13). Por su parte, en el ámbito de las economías ilegales, surgieron nuevos perfiles de traficantes de drogas. Por ejemplo, a manera de personajes de un relato, Lomnitz muestra la figura del Chapo Guzmán, quien se describe a sí mismo como un “narcotraficante” —un tipo de “hombre de negocios” —un hombre moderno—; identidad que le permite diferenciarse de La Tuta, a quien descalifica como rival porque lo considera un simple “ratero mugroso” (p. 6) —un hombre rural—. En el texto, también se asoma la figura del narcotraficante de la vieja escuela (ese que veíamos en las películas de los Hermanos Almada), especie de padrino o benefactor social cuyos ingresos permitían cierta redistribución de la riqueza dentro de sus comunidades —pagando quinceañeras y construyendo quioscos—; personaje que paulatinamente desapareció del campo criminal como consecuencia de las nuevas prácticas predatorias de las organizaciones criminales.

 

[El propio Lomnitz aparece en el texto (p. 21), retratado en su época de estudiante de doctorado en Stanford. Esta remembranza le sirve para mostrarnos un sendero de vida (el suyo) paralelo al del líder de Los Caballeros Templarios, Nazario Moreno, quien —no por casualidad sino por causalidad— viviría, algunos años después, en esa misma región, como trabajador migrante michoacano. Como observador que se observa a sí mismo, Lomnitz se describe —en el texto— como parte de ese México en proceso de modernización que pone en juego una dinámica perversa de inclusión y exclusión: o envía a sus jóvenes al extranjero a formarse académica y profesionalmente o los expulsa al trabajo precarizado (en condición de vulnerabilidad) como sucedió en el caso de Nazario Moreno. La referencia es interesante porque Lomnitz nos muestra, además, parte del horizonte intelectual del líder de los templarios: un lector voraz y un escritor posmoderno que plasmó en sus escritos —y en su autobiografía— una búsqueda incesante por encontrar sentido a su existencia y a su condición social (p. 21). (En el fondo, como los detectives de Bolaño, el líder templario vivió en una búsqueda salvaje —y evidentemente violenta— por encontrar esas respuestas). Sin duda, la exploración moral e intelectual que Lomnitz elabora del universo templario, a partir de la figura del líder criminal y guía intelectual de esta organización criminal, son acaso las páginas más vibrantes de su escrito. Nos permiten intuir la sorprendente inteligencia, capacidad de organización y liderazgo de Nazario Moreno y nos ayudan a entender cómo fue que pudo elaborar y concretar un proyecto intelectual y criminal como el de la religión templaria].

 

Desde mi lectura, esta desarticulación entre las estructuras sociales y los imaginarios culturales, entre el ser y el querer ser (entre el Michoacán que es y el que se sueña), impidió, y ha impedido, hasta ahora, el surgimiento de una narrativa que restaure la unidad. Lo que resultó, más bien, fue un vacío de sentido del que, si acaso, manaron múltiples narrativas y diversas semánticas. Este, por supuesto, no fue, ni ha sido, un proceso exclusivamente regional. Incluso en el espacio del Estado nación se observa el desgajamiento entre el México moderno y el México que ya no es. Es en esos tiempos de incertidumbre ideológica e identitaria, de ausencia de grandes relatos (en el sentido de Lyotard), que emergen los radicalismos, los mesianismos y los milenarismos. A nivel regional, en Michoacán, en esa coyuntura de ausencia de narrativas, o de conflicto entre las mismas, emergió —como bien dice Lomnitz— una crisis de representación. En Tierra Caliente no ancló la pretendida narrativa neoliberal, ni ninguna otra.[4] En todo caso, hubo un vacío que pronto llenarían Los Caballeros Templarios con su mística e ideología sobre la idea tradicional de la familia, la protección de la comunidad, la reivindicación de la masculinidad y el restablecimiento del orden patriarcal.

 

Es justamente en esta asimetría entre cultura y estructura social que Lomnitz observa, con gran intuición, a la organización criminal de Los Caballeros Templarios como una experimentación cultural que emergió en respuesta a la hendidura que la modernización de México dejó en Michoacán.

 

Lomnitz explica que la organización de LCT llenó el vacío ideológico y narrativo que dejó la modernización. Y pudo hacerlo porque lo templarios comenzaron a operar bajo dos lógicas: la de una organización protectora y la de una organización predadora. Por un lado, los templarios fortalecieron los lazos familiares y de amistad que tenían en la comunidad y eventualmente cooperaban y protegían a la población. Por otro lado, se constituyeron como una empresa criminal, con una estructura burocrática, que enfrentaba, mediante el lenguaje de las armas, no solo a otras organizaciones criminales y al Estado mexicano, sino también, a la propia población. Para ello, LCT construyeron un ethos que desarrollaron a lo largo de su historia (p. 1). Es decir, articularon una narrativa, una propaganda política y un código moral que pretendió consolidar su organización interna y, al mismo tiempo, fortalecer su capacidad para proteger y someter a los habitantes de la región. Pero no solo eso. La religión templaria buscó, en última instancia, regenerar el armazón social y reivindicar una utopía que se anclaba en la idea de un pasado idílico —la narrativa de un Michoacán que ya no existía—. De esta manera, muestra Lomnitz, la mística templaria buscó retornar al sistema patriarcal, recuperar el sentido de pertenencia y reconstruir el núcleo social: la familia michoacana.

 

Ejemplo de ello, nos dice Lomnitz, es cómo Los Caballeros Templarios buscaron reclutar y adoctrinar para su sicariato a las juventudes terracalenteñas (jóvenes confinados en anexos, con problemas de alcoholismo y consumo problemático de sustancias). En el fondo, de lo que se trataba era de revertir las consecuencias negativas de la modernización perversa al ayudar a los jóvenes a: transitar de la abyección a la pertenencia, de la servidumbre al ejercicio del poder, de la feminización a la masculinidad plena, de ser esclavo de la droga a su señor (pp. 25-29). El caso más extremo de este proceso de reivindicación de la persona y su dignidad a través de la religión templaria fue la idea de “justicia divina”: el tomar la vida de otro para recuperar la propia (p. 29). No por casualidad, dentro de la organización criminal de Los Caballeros Templarios, se estructuraron dinámicas y procesos sociales, como el fetichismo del arma y la hipermasculinización de sus integrantes. Un ejemplo dramático de esta singularidad fue la práctica de decapitación de sus enemigos, que devino en una forma de reivindicación sobre la base de una reciprocidad negativa. Es decir, para preservar la vida había que arrebatar otra.

 

Como sabemos, en los hechos, la trayectoria de LCT no obedeció a algunos de los objetivos que se habían propuesto. Más que proteger a su población, los templarios operaron como una organización criminal predadora que ejercía la violencia contra los terracalenteños: les arrebataba sus bienes, violaba a las mujeres de la región y ejercía el terror como forma de coerción. Pero ¿por qué ocurrió esto? ¿Por qué si Los Caballeros Templarios buscaban, al menos en sus panfletos y discursos, rescatar un ideal de tierra y tradición, defender el honor de las mujeres y preservar la masculinidad de los hombres —es decir, llegar a la plenitud del ideal patriarcal—, por qué, al mismo tiempo, su proceso de reclutamiento entre “parias” y “drogadictos” (p. 26), detonó un ciclo de reciprocidad negativa y sadismo? ¿Por qué la arcadia prometida en realidad fue distopía? Es justo aquí donde considero que la tesis de Lomnitz podría complementarse.

 

El autor nos dice que el ideal patriarcal a través del cual los templarios fundamentaron su hegemonía dio pie a los excesos y sirvió para justificar la gratificación inmediata y la supremacía. En otras palabras, LCT pronto se vieron a sí mismos como una casta superior que disfrutaba del derecho divino de esclavizar a otros. Así, el ethos templario mostró una vena aristócrata que dibujó una profunda línea divisoria entre maestros y esclavos, lo que determinó su telos (p. 32).

 

Si bien la tesis que presenta Lomnitz es sólida y muestra un horizonte teórico de explicación fructífero, es necesario complementarla. Al estudio de la dimensión cultural que ofrece la antropología, le es indispensable el análisis de la dimensión estructural que ofrece la sociología. Para entender con mayor perspectiva cómo Los Caballeros Templarios pasaron a organizarse en torno a un esquema predatorio, es pertinente examinar la estructura de la organización. Para ello, se requiere una investigación tanto de sus cambios internos como de las presiones de su entorno, es decir, de los cambios en los mercados ilegales.

 

En un trabajo de investigación (Guerra 2018), que realicé en Tierra Caliente, Michoacán, logré rastrear la historia de las organizaciones delictivas en la región, desde las primeras formas organizativas hasta la moderna estructura criminal templaria. Mi principal tesis, en ese documento, es que las organizaciones criminales deben entenderse como sistemas sociales que se encuentran en un proceso permanente de diferenciación funcional y de acoplamiento con su entorno.

 

Para entender a las organizaciones criminales, como sistemas sociales, parto de dos premisas teóricas. La primera es que estas organizaciones se estructuran con el objetivo de resolver ciertos problemas comunitarios y locales. De esta forma, crean estructuras internas y externas. Para ilustrar ese proceso de estructuración, pongo por ejemplo uno de los problemas que comúnmente las organizaciones delictivas buscan resolver: la producción y redistribución de la riqueza. A propósito de este problema, en lo interno, tratan de generar mecanismos para la producción de bienes ilegales y su comercialización; mientras que, en lo externo, se articulan con su entorno, en este caso las comunidades, usando la tierra, la mano de obra, las vías de transporte, etcétera. Cabe decir que, tradicionalmente, las funciones de generar riqueza y distribuirla se resuelven, en su momento, a través del Estado u otros espacios societales, como el mercado. De ahí que las organizaciones criminales funjan, hasta cierto punto, como equivalentes funcionales de estas dos entidades sobre todo en contextos en que el Estado es intermitente y el mercado no logra producir riqueza social (como en Michoacán). La segunda premisa es que estas organizaciones tienden a crecer y diferenciarse internamente bajo sus propias dinámicas. De suerte que, con el paso del tiempo, no solo devienen internamente más complejas, sino que también desarrollan otro tipo de estructuras con su entorno.

 

Ahora, en este comentario al texto de Lomnitz, con base en las premisas y los hallazgos de mi investigación previa, postulo que es posible entender, desde la perspectiva sociológica, cómo LCT diversificaron y consolidaron distintos niveles de organización, con sus roles y funciones. Además, propongo que también es posible explicar cómo ocurrieron los cambios en las estrategias de la organización, aun en contra de algunos elementos de su ideología y no por una radicalización y exacerbación de ésta.

 

En lo que concierne a su forma, la organización criminal de LCT se complejizó. La estructura social interna se diferenció. Nuevos roles y funciones surgieron y la necesidad de otro tipo de recursos se hizo evidente. El orden interno comenzó a quebrarse y la mística templaria no logró evitar que esto ocurriera. La cadena de mando, jerárquicamente estructurada, comenzó a cuestionarse y los encargados de plaza empezaron a actuar por cuenta propia. Por otra parte, ya para entonces (2010) el entorno hacía imposible que la organización mantuviera intacta su estructura, pues la Guerra contra las drogas había limitado la manera en que los templarios se vinculaban con el exterior. Estos dos procesos tuvieron efectos en el acoplamiento de LCT con su entorno inmediato: la comunidad. Los integrantes de la organización emprendieron la violación de mujeres, el secuestro de ganaderos y la extorsión de comerciantes. Los vínculos comunitarios se hicieron perversos: ya no se trataba de proteger, sino de extraer la riqueza social, de ejercer el poder y de violentar. Peor aún: los enfrentamientos con el Gobierno Federal obligaron a LCT, como es propio en contextos de guerra, a utilizar el recurso de la violencia y el terror como mecanismo de sobrevivencia. Pronto, todos estos elementos se combinarían para modificar la lógica operativa de Los Caballeros Templarios. De esta forma, —visto desde la perspectiva sociológica—, se pasó del ideal de familia a un orden social que se estructuró sobre la obediencia y la violencia; que transitó de la protección de la comunidad a su expoliación, dominación y cuasi destrucción.[5]

 

La explicación de la metamorfosis de LCT, desde el punto de vista de su diseño estructural y las presiones de su entorno, complementa, desde mi punto de vista, la tesis de Lomnitz, que dilucida esta transformación a partir de las características ideológicas de la religión templaria. Los cambios estructurales (organizacionales) bien pudieron reactivar los elementos contradictorios de LCT identificados por Lomnitz: el ideal de unidad, basado en la familia, y el componente aristócrata, que dividía a los integrantes de la organización en amos y esclavos. Es aquí donde ambas tesis se complementan.

 

Paradójicamente, la maquinaria social, económica e ideológica que LCT construyeron fue también la causa que provocaría su extinción. La violencia despiadada que ejercieron contra la comunidad despertó la total animadversión de los habitantes terracalenteños hacia esta organización. Animadversión que, en el año 2013, se tradujo en el levantamiento de los Grupos de Autodefensa; un movimiento que cimbró Tierra Caliente y que pretendió erradicar, según sus declaraciones públicas, todo rastro de criminalidad en la región. No obstante, la narrativa de las Autodefensas tenía una enorme similitud con la de LCT: la protección comunitaria ante la delincuencia organizada sobre la base, al mismo tiempo, del modelo patriarcal de la familia: el ideal de masculinidad frente a la adversidad.

 

Esta réplica histórica no es casual. Evidencia que, después de los templarios, el vacío de sentido entre los habitantes de Tierra Caliente seguía reclamando una narrativa colectiva y proyectos vitales para los hombres y mujeres de la región. Más aún, muestra que este vacío tiene una forma: la del patriarcado. De tal manera que la continuación del ideal de masculinidad, recuperado por LCT y continuado por las Autodefensas, prueba que, en esta zona de Michoacán, la cultura y la estructura social están aún determinadas por el predominio del ideal patriarcal. En otras palabras, esta continuidad confirma tanto la tesis antropológica de Lomnitz como la tesis sociológica presentada en este comentario.

 

***

Los detectives salvajes es, desde mi lectura, una novela en que sus protagonistas están en busca de una nueva poesía. Sus andanzas los llevan a insospechados caminos y desventuras. Algunos de sus personajes se encuentran en esta coyuntura de pérdida de sentido y búsqueda salvaje de una nueva narrativa. La novela es, también, un relato formidable de un México que se nos fue y uno que no termina de nacer. Al final de la novela, los detectives salvajes encuentran, por fin, a la poeta Césarea Tinajero, quien para ellos representa la nueva poesía que tanto buscaron. Si bien en la novela la poeta muere, en realidad su muerte fue simbólica, pues para entonces su horizonte narrativo comenzaría a esparcirse. En Michoacán, en Tierra Caliente, Los Caballeros Templarios, guiados por su líder, constituyeron una experimentación cultural en busca de sentido, de recuperar para sus finesla figura tradicional de la familia y el orden patriarcal. En ello fracasaron y desparecieron. Sin embargo, sus huellas siguen indelebles. Esa tradición de cultura y de orden social se infiltró, en su momento, en la forma de un nuevo grupo armado: Las Autodefensas. Un grupo armado que buscó, como lo hicieron LCT, reconstituir una comunidad y regresar a esos ideales de familia y masculinidad que con tanta precisión han sido descritos por Claudio Lomnitz.

 

Referencias

 

Guerra, Edgar. 2018. “Organizaciones Criminales, Anclajes Comunitarios y Vida Cotidiana. Una Breve Historia Sobre El Narcotráfico En Tepalcatepec, Michoacán.” en La Crisis de Seguridad y Violencia En México; Causas, Efectos y Dimensiones Del Problema, Coordinador: Carlos Antonio. Flores Pérez, 168–91. México: CIESAS.

Maldonado Aranda, Salvador. 2010. Los Márgenes Del Estado Mexicano. Territorios Ilegales, Desarrollo y Violencia En Michoacán. México: El Colegio de Michoacán.

Mendoza, Natalia. 2017. Conversaciones En El Desierto: Cultura y Tráfico de Drogas. 2da Edición. Ciudad de México: CIDE.

 

[1] Una versión preliminar de este texto fue leída en el Seminario del Programa de Política de Drogas del CIDE, el 12 de junio de 2019. Corresponde a unas reflexiones que escribí a propósito del ensayo The Ethos and Telos of Michoacán’s Knights Templars que el profesor Claudio Lomnitz presentó en el mismo Seminario y que se publicó en la revista Representations, Volumen 147, Issue I, Summer 2019, pp. 96-123, que se encuentra aquí.

[2] He dejado la traducción literal del término que usa Lomnitz:“cultural experimentation”. En español podríamos hablar también de “experimentación cultural” para no confundir el término con su significado dentro de las ciencias experimentales. En este ensayo, “experimentación” se refiere a innovaciones culturales en la vida cotidiana que ocurren en un tiempo y espacio social determinado, pero que no logran institucionalizarse como formas culturales hegemónicas.

[3] En la actualidad, en un marco de derechos y respeto a la diversidad, socialmente son cada vez más aceptadas las nuevas formas de estructura familiar. Asimismo, las narrativas sobre algunas drogas, como la marihuana, también se encuentran en cambio.

[4] Curiosamente, a nivel nacional hubo una pugna entre distintos discursos que buscaban apropiarse de una posición hegemónica. En la época de las reformas estructurales, en los tiempos del priismo y el panismo, la pretendida narrativa nacional estaba representada por el neoliberalismo, que ya para entonces se enfrentaba a una relato que más adelante adquiriría fuerza: el populismo.

[5] Para una descripción más puntual del proceso de transformación estructural y operativa de LCT, véase (Guerra 2018).

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