Dos partidas. Dos nostalgias | Istor 80
Recién ahora puedo entender la voz y la mirada de nostalgia con que mi abuelo paterno me contaba, en las tórridas tardes del verano porteño, su
dificultosa marcha de cada día por los cinco kilómetros de nevados caminos que recorría, desde el pequeño pueblo de su Ucrania natal hasta la escuela. O los recuerdos de mi madre que, cuando niña, escuchaba el rumor del Mediterráneo en los pilotes de la pequeña cabaña que alquilaban cada verano en Esmirna. Mis abuelos hablaban el antiguo español del Cid, con el que los sefaradíes recuerdan, quinientos años después de la expulsión de España, las nunca olvidadas tierras de Andalucía o las callejuelas de Toledo. La sabiduría popular plantea que “partir es morir un poco”.1
Pero el dolor no es la partida, sino dejar atrás recuerdos, afectos, imágenes, sonidos, aromas, paisajes, pequeños rincones, atardeceres, lluvias largamente esperadas, vientos refrescando el aire, las voces conocidas, las expresiones únicas e irrepetibles del idioma y su cadencia, los gestos, las costumbres, el humor, las razones para reír o llorar, los nombres de las cosas y de los alimentos, los pequeños logros, los amigos entrañables, la forma de ver la vida o la muerte.
Recién ahora puedo comprender también a Manolo, el gallego dueño del almacén de la esquina de mi casa de la infancia, en el barrio porteño de Palermo cuando, para justificar su tristeza, le dijo a mi padre son “airiños, airiños de miña terra” es decir nostalgia, nostalgia de mi tierra. Siendo niño en la ciudad de Buenos Aires, casi la mitad de sus habitantes eran extranjeros, mis amigos eran hijos de italianos, españoles, árabes, judíos, polacos, estonios. Los hospitales a los que podíamos acudir eran el sirio-libanés, el alemán, el inglés, el italiano o el israelita. Vivíamos y veíamos la migración como natural, como oportunidad, como esperanza de una vida mejor frente a los horrores de las guerras o del hambre y la persecución de las que ellos habían huido. Veía con frecuencia los humedecidos ojos, ensombrecidos de recuerdos, el dolor de lo ausente, de la vida dejada atrás, en el lejano terruño.
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1 También Edmond Haraucourtt (1891) escribió: Partir, c’est mourir un peu/ C’est mourir à ce qu’on aime/ On laisse un peu de soi-même/ En toute heure et dans tout lieu. Partir es morir un poco/Es morir a aquello que se ama/Se deja un poco de sí mismo/En todas las horas y en todos los lugares” (traducción libre).
Istor es una publicación trimestral de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Su objetivo es ofrecer un acercamiento original a los acontecimientos y a los grandes debates de la actualidad internacional. La revista está concebida por un equipo internacional reconocido, cuya finalidad es la apertura de nuevos espacios de discusión sobre el quehacer histórico y de la actualidad internacional. Esta propuesta histórico-internacional va dirigida a un público académico especializado y en general a un público intelectual interesado por conocer diversos puntos de vista sobre un mismo tema. En cada entrega el lector obtiene un libro-objeto fácilmente reconocible y de cómodo manejo.