Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas, y su crisis de identidad: Elementos de psicohistoria | Istor 77

José Ignacio Eduardo Sánchez Camacho fue preconizado como segundo obispo de Tamaulipas y consagrado como tal en julio de 1880, poco antes de cumplir los 42 años. Estuvo al frente de la diócesis hasta finales de 1896, en que pidió su renuncia al obispado por presiones del delegado apostólico Nicolás Averardi. A partir de entonces no dejó Ciudad Victoria, su ciudad episcopal, sino que se fue a vivir a sus alrededores. Según él mismo asegura, optó por permanecer “aislado y entregado a mis pequeños negocios, a mis libros y a mi pluma”, tanto en la propiedad rústica que llamó “El Olvido”, como en la “Quinta del Olvido” en los suburbios de la ciudad.1
En esta última murió el 14 de diciembre de 1920. El padre Jesús García Gutiérrez se cuidó de aclarar que parece comprobado que murió sin sacramentos.2 Sánchez Camacho nació en Hermosillo en septiembre de 1838 y se formó como sacerdote en la ciudad de Culiacán. Se doctoró en cánones en la Pontificia Universidad de Guadalajara y ahí ejerció su ministerio sacerdotal y docente. Sin embargo, de él no hablan ni el exaltado y agresivo padre Mariano Cuevas, ni el ponderado y prudente obispo León Emeterio Valverde Téllez —cuya metodología lo hubiese integrado en su obra con facilidad—, lo que muestra el grado de desazón que el obispo tamaulipeco causó en las postrimerías del siglo xix y los dos primeros decenios del xx. 3
Sin embargo, sí lo registró el Boletín del Arzobispado de Guadalajara al publicar el suplemento titulado “Serie cronológica de los ilustrísimos mitrados mexicanos consagrados durante un siglo”,4 y también la edición de La Patria titulada “México actual: galería de contemporáneos”. La Patria ya se había ocupado en una ocasión anterior de publicar los escritos de Sánchez Camacho en los que explicaba y defendía su posición frente a Roma. En esta “galería de contemporáneos” le daba al entonces ya ex obispo tamaulipeco un lugar destacado. En efecto, la galería publicada en 1898 comenzaba obviamente con Porfirio Díaz y seguía con los prohombres del régimen; luego, al primer eclesiástico que nombraba era a Próspero María Alarcón, a la sazón arzobispo de México; un poco más adelante anotaba a Eulogio G. Gillow, arzobispo de Oaxaca y muy cercano al presidente Díaz, y con sólo un personaje de por medio, hablaba de Eduardo Sánchez Camacho, al que le seguía dando el tratamiento de “ilustrísimo señor”. Luego se ocupaba de sólo cinco eclesiásticos más, en una lista de alrededor de doscientas personas.5 Los dos textos anteriores los registró Juan B. Iguíniz en su Bibliografía biográfica mexicana.6 Por otra parte, según José M. Romero de Solís, a quien le debemos un documentado artículo sobre la condenación romana de Sánchez Camacho, el asunto “fue uno de los episodios más sonados de la Iglesia en México” en esos años.7

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1 Eduardo Sánchez Camacho, Opúsculo que dirige el Sr. Don…, a sus amigos de Ciudad Victoria, Tamaulipas, Chihuahua, Imprenta A. Subia-Jiménez, 1897, pp. 3, 7.

2 Jesús García Gutiérrez, “Apuntes para la historia del movimiento antiguadalupano”, Christus, 1946, pp. 5-19.

3 Esta misma desazón ha persistido hasta hoy. Por ejemplo, en la página web de la Diócesis de Matamoros dice lo siguiente: “Años más tarde, los fieles tamaulipecos vivieron la tristeza del antiguadalupanismo de su segundo obispo, monseñor Eduardo Sánchez Camacho que, despojado del gobierno de la diócesis, consumió en la Quinta del Olvido las postreras gotas amargas de su clepsidra vital”, http://www.comunion.org.mx/ historia.htm Por su parte, el padre José Bravo Ugarte aseguró en 1959 que “sin la severidad excesiva, que parece que hubo en el modo de tratarlo, se hubiera tal vez evitado su apostasía”. También aseguró que el padre Francisco Plancarte y Navarrete escribió de Sánchez Camacho en 1914: “¡quién había de pensar […] que, acosado imprudentemente por un irreflexivo personaje [Nicolás Averardi], poco conocedor de nuestro carácter y costumbres, había de dar el traspié que aún lamenta y llora la Iglesia Mexicana!”; J. Bravo Ugarte, Historia de México, vol. 3, México, Jus, 1959, p. 431.

4 “Serie cronológica biográfica de los ilustrísimos mitrados mexicanos consagrados durante un siglo (marzo 6 de 1831 a marzo de 1931). Monografía escrita con motivo del primer aniversario secular de la restauración del Episcopado en México y del Cuarto Centenario Guadalupano”, sobretiro del Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Guadalajara, Guadalajara, Imprenta Mercantil, 1932, p. 80.

5 Estos eclesiásticos eran los obispos Atenógenes Silva de Colima, Joaquín Arcadio Pagaza de Veracruz y Fortino Hipólito Vera de Cuernavaca, y también los canónigos Ramón López y Pedro de María Segura. Véase Juan B. Iguíniz, México actual: galería de contemporáneos, México, Oficina Tipográfica de “La Patria”, 1898, p. 428.

6 Juan B. Iguíniz, Bibliografía biográfica mexicana, México, unam, 1969, pp. 75, 184-185.

7 José M. Romero de Solís, “Apostasía episcopal en Tamaulipas, 1896”, Historia Mexicana, vol. 37, núm. 2, octubre-diciembre 1987, pp. 239-282.

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