El resultado de la jornada electoral del 1 de julio de 2018 puede considerarse histórico desde varios puntos de vista. Si bien el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se pronosticaba desde semanas atrás por la mayoría de las encuestas, su contundencia fue sorprendente para muchos: 53.2 por ciento del voto nacional y una holgada mayoría para su coalición partidista en ambas cámaras del Congreso. Como la democracia mexicana es relativamente joven y crecientemente competitiva, las mayorías absolutas han sido escasas en términos relativos. La última vez que se observó un presidente electo con una mayoría absoluta de votos en México fue en 1988, en unas elecciones organizadas por el propio gobierno y que estuvieron plaga das de serias acusaciones de fraude electoral. Por otro lado, la última vez que un candidato presidencial consiguió una mayoría en ambas cámaras del Congreso fue en 1994, para perderla sólo tres años después, inaugurando con ello un largo periodo de dos décadas de gobiernos divididos en México. Durante algún tiempo, se consideró que la recurrencia de los gobiernos sin mayoría eran un obstáculo para que los presidentes pudieran llevar a buen puerto sus programas de gobierno. El regreso de un gobierno unificado al país, ahora bajo un contexto de competencia multipartidista con elecciones más libres y justas que las del periodo de partido hegemónico, habría de poner a prueba los pesos y contrapesos construidos durante la transición democrática.
El sistema de partidos fue puesto a prueba en 2018. En los años previos a las elecciones de ese año, había cierta preocupación por la creciente fragmentación del sistema de partidos en México. Las tres fuerzas políticas principales — PRI, PAN y PRD—, abían registrado porcentajes de votos históricamente bajos en 2015, mientras que una nueva fuerza política fundada por Andrés Manuel López Obrador, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), conseguía el registro. Antes del inicio de las campañas de 2018, se preveía la posibilidad de elegir a un nuevo presidente con una mayoría relativa de votos, como había ocurrido desde 1994. Sin embargo, en las elecciones de 2018, en vez de una mayor fragmentación, los partidos políticos tradicionales sufrieron un revés sin precedentes por Morena, un partido político que apenas había conseguido su registro tres años antes. Tras el resultado electoral de 2018, quedó abierta la pregunta de qué tanto había sido trastocado el sistema de partidos en México, y si estábamos frente al surgimiento de un nuevo partido hegemónico —o si simplemente la coalición de Morena, PT y PES había ocupado el espacio de partidos tradicionales como el PRD o el PRI.
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