Por: Héctor Ernesto Herrera Capetillo, Doctorando en Ciencia Política, División de Estudios Políticos
Ocho minutos y cuarenta y seis segundos fue el tiempo que el oficial de la policía de la ciudad estadounidense de Minneapolis, Derek Chauvin, mantuvo su rodilla sobre el cuello del afroamericano George Floyd quien se encontraba esposado y boca abajo mientras pedía auxilio: “No puedo respirar”. Este texto es una breve reflexión sobre la violencia racista en los Estados Unidos, pero también sobre las consecuencias de la actual pandemia en ella.
Legado racista: una herencia oscura
La violencia contra los afroamericanos no es un fenómeno reciente en los Estados Unidos. Su amplio legado incluye la esclavitud como una institución legal en los siglos XVIII y XIX que desembocó en la Guerra Civil; los linchamientos realizados por organizaciones extremistas como el Ku Klux Klan; las Leyes de Jim Crow en el periodo de Reconstrucción que bajo el lema de “separados pero iguales” promovían la segregación racial en las instituciones públicas; y los asesinatos de líderes sociales como Malcom X y Martin Luther King en el marco del Movimiento por los Derechos Civiles a mediados del siglo XX.
Este legado ominoso no sólo ha tenido como objetivo de la violencia a los afroamericanos. En la larga lista de atrocidades contra otros grupos debemos mencionar el exterminio de los pueblos nativos durante la expansión al “salvaje” oeste como ilustra la Masacre de Wounded Knee contra los lakotas en 1890; agresiones en contra de los chinos como la Matanza en el Barrio Chino de Los Ángeles en 1871 y la Masacre de Rock Springs en 1885; así como la violencia contra los mexicanos visible en los linchamientos perpetrados contra este grupo en la frontera sur desde finales de la Guerra contra México en 1848.
Violencia racista: aproximaciones conceptuales y dinámica actual
En la década de 1980, en respuesta a una serie de asesinatos motivados racialmente en la ciudad de Nueva York, el término “odio” comenzó a utilizarse para designar la hostilidad y prejuicios negativos contra las personas por su pertenencia a determinado grupo. Desde 1995, la Oficina Federal de Investigación (FBI) ha ocupado el concepto “delito de odio” para referirse a cualquier “ofensa criminal contra una persona o propiedad motivadas total o parcialmente por el prejuicio del perpetrador contra una raza, religión, discapacidad, orientación sexual, etnicidad, género o identificación de género”. Dentro de estos delitos de odio, la violencia racista —entendida como los actos criminales en los que las víctimas son seleccionadas intencionalmente por su origen étnico y racial, y atacadas como representantes de estas comunidades minoritarias— constituye la forma más recurrente de agresión, pues tan sólo en 2018, correspondían a 60% de estos delitos.

En 2001, el año más violento desde que tenemos estadísticas, se cometieron más de 6,400 delitos de odio racial o étnicamente motivados en los Estados Unidos, un 23% más que el año previo. Este fenómeno se debe particularmente al incremento de las agresiones contra los musulmanes que aumentaron 1,617%, pasando de los 28 delitos que se reportaron en 2000 a 481 en 2001. La razón detrás de este cambio está en la asociación que los atacantes hicieron de esta comunidad con los ataques terroristas del 11 de septiembre.
En la administración de Obama, como se ilustra en el anterior gráfico, la violencia racista se redujo paulatinamente hasta alcanzar, en 2014, el número más bajo del que tengamos registro. Entre 2015 y 2018, los delitos de odio con trasfondo racista o xenófobo se incrementaron 18% en los Estados Unidos, afectando particularmente a ciertas comunidades minoritarias que además son víctimas de otras formas cotidianas de violencia y discriminación. En ese mismo periodo, los delitos de odio aumentaron 10% contra los afroamericanos, 38% contra los latinos y 55% contra los árabes —grupos que además han sido objeto de la retórica racista del presidente Donald Trump—. Más grave aún, este número de casos corresponde sólo a la violencia de la que tenemos datos, pues mientras el FBI contabilizó 3,534 delitos de odio en promedio cada año entre 2013 y 2017, la Encuesta Nacional de Victimización del Delito registró 127,704 casos promedio anuales de personas que consideraron que fueron víctimas de un crimen por su pertenencia a un grupo racial o étnico particular.
Violencia y pandemia: nuevas problemáticas
La pandemia del COVID-19, que acumula en Estados Unidos más de 1.9 millones de casos confirmados y 109 mil muertes, ha repercutido negativamente en la violencia racista en, al menos, cuatro formas:
1) La pandemia se ha traducido en presiones económicos y sanitarias desproporcionadas sobre las minorías raciales y los inmigrantes, producto de la desigualdad y el racismo institucionalizado en aquel país. Los trabajadores afroamericanos y latinos, que además suelen recibir salarios bajos, laboran en condiciones sanitarias más riesgosas o han perdido recientemente su empleo. Para ilustrar con dos datos, mientras los afroamericanos representan 6% de la población del estado de Minnesota, son 29% de los casos conocidos de COVID-19; por otra parte, en la ciudad de Nueva York, la tasa de muerte de los latinos producida por este virus es 1.6 veces más alta que la de los blancos.
2) La intensa cobertura mediática de la pandemia que ha eclipsado otras noticias y la situación de confinamiento que dificulta salir a protestar a las calles, han evitado que se le preste la suficiente atención a crímenes racistas como el asesinato de la joven técnica en medicina, Breonna Taylor, que el 13 de marzo recibió ocho disparos de la policía mientras se encontraba al interior de su hogar en la ciudad de Louisville, Kentucky. Los agentes investigaban a potenciales vendedores de drogas en la zona, ninguno de ellos vinculado con Taylor.
3) A pesar de que la Organización Mundial de la Salud evita denominar a una nueva patología con un nombre que haga alusión a una localización geográfica específica o grupo de personas para que no se convierta en fuente de estigma y rechazo a estas comunidades, el presidente Trump se ha referido al COVID-19, en repetidas ocasiones, como el virus chino o de un laboratorio en Wuhan. La iniciativa STOP AAPI HATE, promovida por la Asian Pacific Policy and Planning Council y la Universidad del Estado de San Francisco, ha registrado más de 1,700 reportes de discriminación por coronavirus en contra de los asiático-americanos en 45 estados del país entre marzo y mayo de este año. En el mismo sentido, ciudades como Nueva York y Los Ángeles han señalado un aumento en el número de delitos de odio contra estas comunidades. Y Human Right Watch ha denunciado el uso que partidos políticos en Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia y Reino Unido han hecho del covid-19 para avanzar en su agenda contra los inmigrantes.
4) La combinación de los anteriores elementos —el empeoramiento de la situación económica y sanitaria de los grupos minoritarios, así como la ejecución de delitos de odio en su contra—, hicieron de la brutal e injusta muerte de George Floyd la gota que derramó el vaso y llevó a miles de personas a tomar las calles en cientos de ciudades de los Estados Unidos. Sin embargo, estas protestas no sólo elevan el riesgo de contagio entre los manifestantes, muchos de ellos miembros de grupos minoritarios, sino que también agravan la violencia en su contra en, al menos, tres áreas. Primero, se ha intensificado la retórica racista presidencial, evidenciada en un famoso mensaje que Twitter etiquetó como “glorificación de la violencia”, y en el que Trump llamó “rufianes” a los protestantes y advirtió que “cuando comienza el saqueo, comienzan los tiroteos”. Segundo, en diversas ciudades, la policía ha reprimido brutalmente a protestantes pacíficos mediante el uso de gases lacrimógenos, explosiones y balas de goma. Y, finalmente, amparados en la ola de protestas, grupos supremacistas blancos han aprovechado la situación para incentivar su propia agenda de violencia contra las minorías, tanto en las calles como en las redes sociales.
Conclusiones
La violencia racista que históricamente han realizado grupos de la mayoría contra las minorías raciales y étnicas en los Estados Unidos; violencia ejercida, encubierta o tolerada incluso desde las mismas instituciones del Estado, ha derivado en una clara desigualdad económica y social que la pandemia del COVID-19 no sólo ha evidenciado, sino también agravado. El número mayor de contagios y muertes entre las poblaciones afroamericanas y latinas, la retórica racista en contra de los asiático-americanos, la pérdida de visibilidad de los delitos de odio motivados racial o étnicamente que en su mayoría quedan impunes, el uso desmedido de la fuerza por parte de las policías contra los protestantes, y el resurgimiento de grupos supremacistas blancos que aprovechan el ambiente de hostilidad para impulsar su propia agenda, son sólo algunas de las múltiples expresiones contemporáneas de la violencia racista que azotan, se multiplican y traslapan con las ya existentes.
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