Por Edgar Guerra, Profesor Investigador, Programa de Política de Drogas
En este artículo exploro el impacto de la jornada de sana distancia en las dinámicas de la violencia en contextos locales. En varias regiones del país, la vida cotidiana ocurre de forma paralela a la presencia de grupos armados y las dinámicas de mercados ilegales. Además, en estos espacios, muchas veces las autoridades no brindan las condiciones mínimas de seguridad, ya sea por que mantienen lazos con grupos delictivos, o por su propia incapacidad. De ahí que, en estas localidades, la vida cotidiana se estructure a partir de la experiencia del riesgo. Un riesgo que es doble: riesgo a morir ante la pandemia del coronavirus y riesgo a morir ante la epidemia de violencia.
En una serie de tres artículos, a partir de esta entrega, expondré un análisis sobre las dinámicas de los grupos armados, en relación con los cambios comunitarios, ante las medidas gubernamentales de distanciamiento social impuestas para controlar la propagación del nuevo coronavirus. En este texto, me centro en la localidad de Nueva Italia, cabecera del municipio de Múgica, Michoacán. No obstante, he estudiado también otras dos localidades de Tierra Caliente: Apatzingán y Tepalcatepec.
La región de Tierra Caliente, Michoacán, es de interés por tres razones. 1) Por los procesos históricos y sociales de largo aliento (1940-2020) que se entreveraron, en esa región, en la construcción de economías ilegales, soberanías paralelas y militarización. 2) Por la particular configuración de las organizaciones delictivas, que aquí adquirieron un carácter social (La Familia Michoacana, 2005-2010) e incluso religioso (Los Caballeros Templarios, 2011-2014). 3) Por el alzamiento de las Autodefensas (2013-2019), el más amplio y conocido movimiento de civiles armados que se organizó para hacer frente a los grupos delictivos. Desde entonces (2013), la región ha estado en disputa por distintas organizaciones criminales, como ahora lo está por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Metodológicamente, he procedido con una perspectiva cualitativa. He levantado testimonios a través de la conducción de entrevistas, mediante Zoom, WhatsApp y teléfono convencional, y he seguido las publicaciones de las autoridades del municipio, así como de sus habitantes, a través de las redes sociales. Mi objetivo ha sido sistematizar las experiencias de los habitantes ante la pandemia y la violencia, y conocer la forma en que le dan sentido a estos fenómenos en sus relatos. Además, he usado algunos datos de carácter cuantitativo para contextualizar la información; no obstante, me centro, prioritariamente, en la experiencia subjetiva de las y los entrevistados.
“El chupacabras no existe, el coronavirus sí”
Desde los primeros días de marzo, de este año, en Michoacán, el gobierno estatal y los gobiernos municipales desplegaron —en concierto con las autoridades federales— una campaña permanente de información acerca del nuevo coronavirus. Con anuncios en prensa, radio, televisión y redes sociales (sobre todo, Facebook) la campaña ha informado cómo se manifiesta la COVID-19, qué efectos sociales y de salud provocará, y también ha aleccionado a la ciudadanía sobre las medidas de prevención. Además de la divulgación en medios, el gobierno también ha instrumentado una campaña a ras de tierra: automóviles que circulan con audios en altavoz y entrega de folletos casa por casa.
No obstante, a pesar de este despliegue informativo, el entendimiento poblacional sobre la pandemia no es veraz. Como en todos los países, las fake news y las teorías de conspiración han contaminado la divulgación de los incipientes hallazgos científicos y han afectado el cumplimiento de las políticas de salud. Esta infodemia, como la ha llamado la Organización Mundial de la Salud, es global; sin embargo, es necesario decirlo, sus manifestaciones y el alcance de sus consecuencias son locales.
De acuerdo con los testimonios que he recabado y los contenidos mediáticos que he analizado, he encontrado que, en Tierra Caliente, son dos las principales causas que distorsionan las noticias sobre el SARS-CoV-2: las creencias religiosas, políticas y morales, por un lado, y, de manera muy particular, la posibilidad para ganar cierto estatus social y, quizá, un ingreso económico, por otro lado.
En el primer caso, he advertido que la ciudadanía no está entendiendo de manera adecuada la información sobre la contingencia sanitaria debido no a falta de información sino a su excedencia: hay noticias, pero son demasiadas. Se sabe que el exceso de datos satura la capacidad de decisión de los individuos; quienes, en tales circunstancias, no tienen otra alternativa que optar por un criterio subjetivo para discriminar la información. Esto explica la popularidad de las lecturas hechas desde la religión y la política; estas generan una falsa sensación de seguridad y control ante el desborde informativo y la incertidumbre científica.
En el segundo caso, he encontrado un fenómeno más local: las teorías de conspiración proveen de cierta posición social a quienes las comparten. Esto tiene sentido si se comprende que, en el contexto social de las regiones penetradas por la delincuencia organizada, la secrecía es un bien preciado, que permite vincular a quien posee esos secretos con los grupos de poder. Más aún, estar en posesión de información privilegiada puede investir a la persona de ciertos privilegios económicos, de reconocimiento social y hasta de legitimidad.
Las consecuencias de la infodemia son sorprendentes: en Nueva Italia, para una parte de su población ni la pandemia ni la sana distancia existen. La vida diaria transcurre de forma cotidiana. Por las mañanas y por las tardes, los habitantes de la localidad salen a las calles, pasean en la plaza o, incluso, viajan a otros municipios. Esta falsa inmunidad se ha traducido en un aumento de casos confirmados de COVID-19: 131 casos y 15 decesos, al 10 de junio. Ante este escenario, incluso, las autoridades de salud han cambiado su estrategia de comunicación con el objetivo de revertir la infodemia. El eslogan de una de las nuevas campañas, más dirigidas, dice así: “El chupacabras no existe, el coronavirus sí”.
Los grupos armados: viejos y nuevos actores
En el municipio de Múgica, en general, y en la localidad de Nueva Italia, en particular, la dinámica de la delincuencia organizada se ha modificado: ha cambiado de cártel.
Hace unas semanas, el 14 de mayo, a través de la lectura de un comunicado, desde un teléfono móvil, un individuo, rodeado de al menos 40 civiles armados, uniformados y embozados, anunció que el Cártel de Zicuirán Nueva Generación (CZNG) tomaba el control de los municipios de Múgica y La Huacana, y que protegería a la población ante el grupo de Los Viagras (organización enemiga que se ha consolidado en Apatzingán desde 2014). El video fue publicado en Facebook.
Este cartel no surgió de la nada. Desde 2014 empezó a conformarse con remanentes de autodefensas, ex caballeros templarios y ex policías estatales. No obstante, antes de su aparición oficial no se había identificado como tal ni había hecho explícita su relación con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Lo más grave del caso, es que, a pesar de que Nueva Italia cuenta con un cuartel de la Guardia Nacional y otro del Ejército, ninguna de estas corporaciones, ni la Policía Michoacán, interfirieron en esta exhibición. Por el contrario, incluso las corporaciones federales han sido expulsadas por los pobladores. Además, desde entonces, los presuntos integrantes del CZNG circulan en vehículos, sin usar cubrebocas y, evidentemente, sin respetar las medidas de sana distancia.
Como ocurre con las teorías conspirativas sobre el coronavirus, las especulaciones en torno al grupo armado son de todo tipo. Algunas versan sobre el curso que tomará la guerra entre los grupos de “la maña”, como le llama la población a toda actividad ilícita. Otras giran en torno a venganzas entre familias o alrededor de la guerra encubierta entre políticos de distintos partidos. Igual que con la infodemia sobre la COVID-19, los rumores corren por distintos canales de difusión, en especial las redes sociales y la comunicación interpersonal. Sin embargo, a pesar de las múltiples versiones, existe una narrativa hegemónica que se ha impuesto a fuerza de golpes de realidad: la maña sigue apoderada de la ciudad y ahora, además, en alianza con el CJNG.
¿Ha cambiado la violencia?
El CZNG ha consolidado su control territorial, político y social en el municipio, con base en su capacidad de ejercer violencia, su solvencia económica y su supuesta alianza con el CJNG. Su presencia, visible, está normalizada; por momentos, pareciera que su existencia es indiferente. La ciudadanía la toma como algo “natural”, como algo “normal”, “no se asusta”, puesto que la delincuencia organizada ocupe su territorio no es algo reciente.
Que el CZNG le ofrezca salvaguarda a la población no es una oferta nueva en Múgica. Desde 2005, el discurso de protección a la comunidad fue consagrado por La Familia Michoacana y llevado a su plenitud por Los Caballeros Templarios.
Como ocurría antes del alzamiento de las autodefensas, la maña lleva años ofreciendo una paz artificial a la población. Para empezar, tiene el control de la delincuencia común, que se ha mantenido baja. Los robos a casa habitación registrados en los primeros semestres de 2018, 2019 y 2020 son de 3, 8 y 2 casos, respectivamente. Una cifra que este año tiende a disminuir, y que es baja si se compara con los demás registros estatales. El robo de coches y motocicletas (bienes indispensables en la localidad dada la escasez de transporte público) también ha mostrado un descenso. Los registros de los últimos tres años muestran que la incidencia de denuncias ha disminuido: 135, en 2018; 80, en 2019, y 24, en lo que va de este 2020. Los testimonios de las personas entrevistadas evidencian el control que subyace a estas cifras: “… robar un carro, asaltar a alguien, es casi una sentencia de muerte. Esto es así desde la época de Los Caballeros Templarios. La maña tiene control sobre esos temas y no ocurren delitos de este tipo, y, si ocurren, son controlados; los que violan esos códigos son asesinados”.
La maña también vigila a las personas con problemas de consumo de sustancias ilícitas: deben asistir a rehabilitación —en el mejor de los casos— o corren el riesgo de ser asesinadas. A los usuarios de sustancias se los llevan a rehabilitación porque “al CZNG no le gusta que la gente ande en drogas”.
De igual manera, la extorsión ya no es generalizada, aunque continúa siendo corporativizada. Las cuotas a los productores, agricultores y comerciantes se mantienen. Los precios de mercado son elevados por las cuotas mensuales que el CZNG les cobra. Si alguien abre un negocio pronto recibe visitas para el pago de piso.
Es importante mencionar que, aunque las extorsiones ocurren —las entrevistas dan evidencia de ello—, el registro de este delito, y también el de los secuestros, se ha mantenido en cero durante el reciente trienio. Es muy probable que esta cifra sea nula debido a que, por miedo, las personas no acuden ante las autoridades para denunciar los delitos de los que ellas o sus familiares son víctimas.
Finalmente, en lo referente a los homicidios, las cifras también han disminuido: 21 homicidios, en 2018; 16, en 2019, y 5, hasta abril de este año. No obstante, la tasa sigue por encima del promedio estatal: Múgica es un municipio violento.
Es entendible que la disminución de delitos propicie una falsa percepción de paz en los habitantes; pero ellos y ellas saben que esta paz está sostenida en cuotas y amenazas. La comunidad ha construido su propia memoria: sabe que es posible que todo se salga de control y regrese a la “normalidad” que tuvieron con Los Caballeros Templarios (2011-2014). Los habitantes de Nueva Italia viven como tratando de no romper con la excepción impuesta por el CZNG: por la noche, las calles están casi vacías, para no llamar la atención; en el día, los ciudadanos de a pie despliegan estrategias de negociación de la violencia, como el cambio de rutas de traslado o el mostrar cortesías excesivas a los sicarios de la maña y a sus “punteros”.
Increíblemente, acerca de la violencia y los grupos armados, tanto el gobierno estatal como el federal —sobre todo este, con su política de abrazos— coinciden en que la situación se encuentra en calma. Mientras tanto las organizaciones delictivas mantienen el control territorial, tienen presencia pública, y se enfrentan, en las calles de los pueblos, a cárteles vecinos.
Conclusiones
En Nueva Italia, Múgica, cohabitan la pandemia por el nuevo coronavirus y la violencia de los grupos armados.
En lo que respecta a la pandemia, a pesar de que los distintos niveles de gobierno han desplegado una intensa campaña de información para alertar sobre el SARS-CoV-2, priva una sensación de falsa inmunidad. Los ciudadanos han construido sus propias narrativas para tratar de darle sentido al fenómeno. Pero estas narrativas se fundamentan en creencias falsas que los ponen en riesgo de contraer la enfermedad y morir. De igual manera, la añeja presencia de los grupos armados ha normalizado una falsa idea de protección comunitaria. En los últimos diez años, Tierra Caliente ha presenciado el alzamiento de las autodefensas, la intervención del gobierno federal a través de la Comisión para la Seguridad y el Desarrollo Integral en el Estado de Michoacán, el regreso de los gobiernos de izquierda, el experimento de la policía rural y la tolerancia a los grupos de civiles armados. Pero, después de esta década: todo ha cambiado para seguir igual. En Tierra Caliente, la “nueva normalidad” ha sido, y sigue siendo, el riesgo de morir.
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