María Inclán, Profesora-Investigadora, División de Estudios Políticos
Desde 1998 los principales teóricos de los movimientos sociales nos advirtieron el peligro del surgimiento de los movimientos sociales basados en la desinformación como externalidad negativa de la pluralidad de opciones de fuentes de información que generaba el auge de la tecnología informática. Dentro de una creciente sociedad global de movimientos sociales y la normalización de la protesta como forma participación política convencional, nos advertían que se abría la posibilidad para movimientos radicales o para aquellos que buscaban demonizar al adversario político, presentando realidades alternas basados en información incompleta, tergiversada o meramente falsa. En aquel entonces se ponían como ejemplos a los movimientos terroristas o el fundamentalismo religioso del Medio Oriente o del Este de África, pero también señalaban el riesgo que existía de que otros grupos radicales en el mundo desarrollado y democrático pudieran explotar la libertad que ofrecía el Internet para la diseminación de su información y la movilización en línea.
Así llegamos a las campañas electorales del 2016, basadas en información distorsionada, sesgada, o falsa propagada por algoritmos de mercadotecnia electoral personalizada en línea que le dieron el triunfo a opciones populistas de derecha en Reino Unido, Estados Unidos, y otros países. Estos resultados electorales contra-intuitivos se razonaron especulando la intromisión de gobiernos extranjeros y adversarios políticos interesados en minar la democracia liberal occidental. La crítica a la laxitud de las plataformas electrónicas fue tan fuerte que finalmente para las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos, éstas comenzaron a monitorear mejor los contenidos. Si bien en la mayoría de los casos no hay una censura, ahora Facebook y Twitter han añadido alertas sobre la veracidad de los contenidos, sugerencias de fuentes confiables de información y en algunos casos extremos han suspendido cuentas de usuarios o eliminado información que claramente llamaban a la violencia política, racial, religiosa o criminal.
El triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales en Estados Unidos pareciera indicar que el uso de cuentas y noticias falsas—bots y fake news—dentro de las campañas negativas fue menor. Pareciera entonces que las plataformas sociales en línea hicieron un mejor monitoreo. Ambos resultados son motivo de celebración. Las celebraciones espontáneas en las calles en apoyo a Biden fueron inmediatas. Las manifestaciones en apoyo al candidato perdedor, Donald Trump, tampoco se hicieron esperar. Sin embargo, el riesgo de las protestas postelectorales en favor de Trump es que han estado basadas plena y llanamente en la falsedad de que el candidato perdedor ganó las elecciones y que los resultados electorales están amañados, cuando que el conteo de votos ha dejado claro no solo que la ventaja de Biden sobre Trump es abrumadora, sino que además las autoridades electorales y de seguridad cibernética del país han declarado que la evidencia indica que el proceso electoral fue plenamente confiable. Inclusive ninguna de las demandas legales presentadas por el equipo de Trump ha progresado debido a que no han podido presentar evidencia alguna de fraude.
La movilización electoral y de protesta basada en mentiras es riesgosa. Atenta directamente contra la democracia al desconocer los resultados y deslegitimar el proceso electoral. También atenta contra la seguridad de la ciudadanía, cuando sabemos que la gran mayoría de los simpatizantes de Trump portan armas, las exhiben en sus manifestaciones e inclusive han llegado a usarlas en contra de otros movimientos que apoyan a Biden, como el movimiento anti-racista, Black Lives Matter. Aún más grave es el riesgo que imponen estas movilizaciones cuando escuchamos los testimonios de los manifestantes. Al expresar las motivaciones para participar en las protestas pro Trump atestiguamos que fueron movilizados con falsedades; atestiguamos también que el nivel de desinformación ha llegado a tal punto que la veracidad de la información no es cuestionada. Las teorías de conspiración que se propagan ven censura en el trabajo editorial que llevan a cabo las fuentes confiables de información. Los individuos son incapaces ya de reconocer la evidencia que muestra su equivocación.
Sin embargo, la distribución del voto nos ofrece cierto aliento a pesar de los clivajes tan marcados que reporta. Saber que el voto por Trump fue mayoritariamente entre hombres, blancos, con menor nivel de educación, en zonas rurales desalienta, ya que esta población no cuenta con las herramientas que la educación da para identificar fuentes confiables de información, el fomento a la civilidad, la tolerancia y la inclusión. Desalienta también la desconfianza de este grupo hacia las autoridades, la prensa y la diversidad. Sin embargo, saber que el voto por Biden vino del electorado en las grandes ciudades, con mayor nivel de educación y atrajo la mayoría de las mujeres y de todas las minorías raciales genera esperanza. La diversidad en el voto demócrata puede ayudar a la concientización y movilización necesaria para atender las desigualdades socioeconómicas que solo podrán ser exacerbadas por la pandemia y crisis económica por la que atravesamos. El triunfo legislativo republicano que vino del apoyo a candidatos más diversos, principalmente mujeres, veteranos de guerra y algunas minorías, también puede ayudar a que el partido abandone el discurso falso y busque generar una plataforma política real que contrarreste el voto excluyente, racista y desinformado por Trump.
El riesgo para la sociedad mexicana no viene solamente de que AMLO no haya reconocido aún la victoria de Biden y entretenga la idea de desconfianza en los resultados. Esto no solamente abona al discurso falso de movilización que pudiera existir entre la comunidad mexicana que votó por Trump y demuestra el desconocimiento de AMLO del proceso electoral norteamericano, sino que además pareciera equiparar los resultados electorales de esta elección con los resultados electorales contra los que él se inconformó en el pasado, clamando fraude electoral. Más riesgoso todavía sería que se tratara de emular la movilización contenciosa y electoral basadas en falsedades, si además consideramos que en nuestro país las campañas electorales negativas en línea no están reguladas y la difusión de noticias falsas es cotidiana.
Si no queremos contribuir al desmoronamiento del tejido social de la democracia, los llamados a la civilidad, a la confianza en las autoridades y entre los miembros de la ciudadanía, a revalorar el trabajo de edición de los medios de comunicación que conlleva una verificación de las fuentes de información y re-establecer el valor de la verdad, deben ser reflejados en las acciones de movilización social. Solo así la protesta no dejará de ser una actividad de participación política normal, ni dejaremos de vivir en sociedades de movimientos sociales.
maria.inclan@cide.edu