Entumecidos por la violencia – PEV

Entumecidos por la violencia

Guillermo Vázquez del Mercado Almada

La invasión del ejército Ruso a Ucrania, todos los días nos recuerda los efectos terribles de las guerras interestatales, pero también hace necesario traer al frente de la discusión la atroz violencia que vivimos en México y que trastoca todos los aspectos de nuestras vidas.

Al mismo tiempo que se iniciaron las tensiones entre estos dos países y se desató el conflicto, en México sucedió una riña entre barras en un estadio de Querétaro con más de 20 heridos y decenas de miles de personas traumatizadas por la cólera desatada contra cualquier miembro del equipo contrario; más de 15 fusilados en Michoacán a plena luz del día por una pelea entre células criminales de la misma organización; miles de zacatecanos desplazados por la violencia entre grupos criminales tuvieron que ser escoltados por el ejército; la violencia generada por convoyes de vehículos con criminales en Sonora; siete periodistas asesinados y la exhumación de un bebé en Iztapalapa para ser usado como medio de tráfico de drogas a un penal en Puebla. Esos hechos solo sucedieron en los primeros dos meses del 2022, y se suman a otros igual o más horrendos como los 10 feminicidios, los 77 homicidios o las 23 personas desaparecidas, cada día.  Sí,  todos los días matan o perdemos el rastro de más de 100 mexicanas y mexicanos sin consecuencia alguna.

En México, cuando creímos haberlo visto todo, siempre es posible que algo aún más deleznable suceda. Pero lo peor es que, más allá de estar unos días en los medios de comunicación o en redes sociales, después no pasa absolutamente nada. Ni las autoridades parecen inmutarse, ni a la sociedad parece importarnos. Al menos no mucho. Ya no. ¿Hemos normalizado la violencia? Pero además, la regularidad de estos hechos, la saña con la que ocurren y sobre todo, la impunidad en la que suceden, nos ha ido endureciendo poco a poco. Nos ha entumecido.

Son muchas las razones que como sociedad nos han llevado a esta situación. Aquí analizaré dos. Las modificaciones al lenguaje y la impunidad.

En todos estos años de violencia, hemos ido incorporando y normalizando el uso de palabras que significan o expresan ilegalidad o violencia extrema. Por ejemplo, en lugar de decir criminal, ahora es común escuchar personas que dicen que andaba en la maña, o que era malandro o buchón. También es común escuchar la justificación de que lo levantaron (lo raptaron)o que lo mataron porque andaba chueco o por ser un ajuste de cuentas entre bandas. Estas son palabras  que se parecen o acercan mucho a las frases machistas como, es que iba vestida provocativa o andaba fuera a deshoras. No solo denotan hechos violentos, sino también los explican y hasta los justifican. Incluso, entre broma y broma, se han modificado los nombres de estados o ciudades más violentas del país a Narcapulco, Mataulipas o Michoabang.

Frente a hechos violentos y criminales, las autoridades usan frases como, llegaremos hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga o no habrá impunidad. Esta última, en particular, pero en realidad todas las frases previas, significan exactamente lo opuesto y se han convertido en una forma retórica de decir, “no podemos hacer mucho porque ni la policía funciona, ni el ministerio público investiga, y el juez tampoco impartirá justicia”. El más reciente ejemplo, lo dio el Subsecretario de Seguridad Federal quien para explicar el fusilamiento de más de quince personas, la calificó como refriega (porque según él hubo intercambio de disparos) y explicó con lujo de detalle quienes estuvieron involucrados y las razones por las cuales un grupo acribilló al otro, pero nada dijo de alguna investigación en curso u orden de detención próxima a ser ejecutada.

Como resultado, hemos entrado no solo en una espiral violenta que se explica de muchas formas y palabras, pero que todas llevan a la impunidad, la desesperanza y el miedo. La impunidad, surge principalmente de la debilidad de todos y cada uno de los eslabones de la cadena de seguridad y justicia del país. Prevención del delito, policías, ministerios públicos y las carpetas de investigación, impartición de justicia y readaptación social, son todas palabras que inspiran desconfianza. El caso más agudo lo vimos hace unos días cuando se dio a conocer un audio en el que se escucha al Fiscal General de la República platicar con naturalidad con otro funcionario público a su cargo, los pormenores del proyecto de sentencia que un Ministro de la Suprema Corte de Justicia estaba por presentar para resolver una disputa entre el Fiscal y su familia política.

Este caso ejemplifica todo lo que está mal en el sistema de seguridad y justicia en México. Además del escándalo político del espionaje al Fiscal, los audios evidencian la forma en que, con normalidad, quien debería buscar justicia de manera autónoma e independiente, abusa de su poder para resolver a su favor un asunto personal y para ello no solo utiliza recursos públicos y viola el debido proceso, sino que también presiona y coopta a quienes son los máximos representantes de la justicia en México. Días después, incluso frente a este escándalo mediático y de corrupción, el Presidente de la República (quien es el único que podría removerlo) dijo que el Fiscal continuará en el cargo.

El mensaje a la sociedad es que la justicia es solo para un puñado de funcionarios públicos del más alto nivel y/o oligarcas mexicanos. A los ciudadanos solo nos queda desesperanza de ver de lejos como es posible ejercer violencia y violar la ley, sin límte o repercusión alguna. Si esto pasa entre los máximos representantes de poderes federales y autoridades de procuración y justicia ¿Qué no pasará con las policías, ministerios públicos y jueces en los estados y municipios?

El sistema de seguridad y justicia está roto. No sirve. Todas y todos lo sabemos y eso genera miedo porque la realidad es que no hay a quién recurrir. El otro día, en mi clase, uno de mis estudiantes contó aterrado que un grupo armado vestido de policía, estaban bloqueando su camino de regreso a casa. No le pasó nada afortunadamente, pero quería saber qué se puede hacer. La mejor respuesta que le pude dar fue “no lo calles, hablalo con tu círculo familiar y comunitario para tratar de protegerse unos a otros.” Otra opción, sugerí, es “llamar a la Guardia Nacional, tal vez ellos…” Solo sonrió tímidamente.

Contener la crisis de violencia en la que vivimos tomará mucho tiempo y no solo requiere que las autoridades de todos los órdenes y niveles hagan su trabajo. No es suficiente. También necesita que la sociedad exija que las cosas cambien. El 8 de marzo las mujeres nos mostraron una posible ruta. Coordinación, innovación, fuerza, alegría y paz, son algunas claves que podríamos seguir como sociedad para demandar que la situación comience a mejorar. Aterra pensar qué tendría que pasar para que esto finalmente suceda.