Pensar la «guerra» en México: algunas consideraciones para el debate – PEV

Pensar la «guerra» en México: algunas consideraciones para el debate

Por: Alexis Herrera, candidato a doctor por el Departamento de Estudios de Guerra de King’s College London e integrante del Centro de Gran Estrategia de dicha institución. En 2020 se desempeñó como investigador visitante en la División de Historia del CIDE.

No sabemos en dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro.[1]

Octavio Paz, 1956

La tesis de que México ha vivido a lo largo de las dos primeras décadas de este siglo bajo un estado de guerra se ha convertido en un lugar común entre nosotros. A favor de esta aproximación militó en un principio la retórica adoptada por el gobierno de la República a partir de diciembre de 2006, cuando el presidente señaló que estaba dispuesto a librar «guerra» en contra del crimen organizado, o más precisamente “contra la delincuencia”.[2]Por lo demás, la idea de que es posible sostener de modo permanente una «guerra contra las drogas» no fue acuñada en México, sino en Estados Unidos. No obstante, a partir de la década de 1980 todos los mandatarios mexicanos se sirvieron de esa metáfora para articular el discurso que pretende darle contenido a la política de drogas del Estado mexicano. Fue así que al iniciar la segunda década de este siglo el inusitado incremento de la violencia armada le otorgó al uso de esa metáfora muerta una nueva significación: en algún momento la retórica de guerra pareció confundirse con el suceder de un país en el que, a decir de una célebre pieza de análisis en la materia, el número de homicidios “escapó a toda lógica social y toda tendencia estadística previa”.

A la luz de estas consideraciones iniciales, el más reciente número de Istor —la revista de la División de Historia del CIDE— inicia con un posicionamiento que cuestiona la retórica de guerra que ha imperado en México a lo largo de los últimos años. Al hacerlo, busca otorgarle densidad histórica y conceptual a una discusión que hasta el momento ha estado dominada por las urgencias del presente. 

Una tarea para toda sociedad democrática: el llamado a pensar la guerra

En contra de lo que podría suponerse, la exigencia de pensar la guerra ha sido una constante en otras sociedades democráticas. “Yo leí por primera vez la obra maestra de Clausewitz hace ya una veintena de años”, escribió Raymond Aron al presentar su recuento del pensamiento del gran pensador prusiano en 1976.[3] Al amparo de las preocupaciones que agitaron a la sociedad francesa en el marco de la Guerra Fría esta confesión no resultaba injustificada: para Aron, como para tantos otros, la posibilidad de una guerra nuclear se proyectaba sobre el horizonte de expectativas de la vida europea como una sombra ominosa y terrible.[4] Así, la preocupación por la guerra se convirtió en una constante del debate público en sociedades que por otro lado todavía recordaban la magnitud destructiva del conflicto que inició en septiembre de 1939. Fenómeno recurrente, pues lo sucedido en Ucrania a partir del 24 de febrero de 2022 señala que dicha preocupación se encuentra plenamente justificada entre los europeos. 

Pero si esto es así, ¿qué decir entonces de México? Si, como lo sugirió Alan Knight hace algún tiempo, la guerra ha sido constitutiva de la experiencia histórica mexicana, lo cierto es que el tema sólo ha ocupado un espacio marginal en el debate público contemporáneo.[5] Con todo, el llamado a pensar la guerra guarda relación con un componente central de la agenda pública mexicana que es motivo de inquietud en el presente: los debates en torno a la «cuestión militar», entendida como el modo en el que una sociedad busca concebir los alcances de las relaciones civiles-militares en el marco de un escenario genuinamente democrático.

Los límites de este enfoque al hablar de la violencia mexicana: una preocupación pertinente

La tesis de que México vivido a lo largo de las dos primeras décadas de este siglo bajo un estado de guerra resulta atractiva por diversas razones. Por un lado, debido a que permite situar el aumento sostenido de la tasa de homicidios que el país ha sufrido a partir de 2006 bajo el marco de un estándar reconocible: precisamente, aquél que subraya que los niveles de violencia vividos en México son equivalentes a los de un conflicto armado interno. Al mismo tiempo, se trata de un parámetro que pretende otorgarle objetividad científica a los debates en la materia, ofreciendo así una vía de interpretación atractiva para los estudiosos provenientes del ámbito de la ciencia política o para aquellas personas interesadas en recurrir a los criterios del derecho internacional humanitario para atajar la crisis mexicana de una manera constructiva. 

No obstante, se trata de una tesis que no toma en cuenta el modo en el que la guerra ha sido conceptualizada en el amplio campo de los estudios estratégicos: no sólo como un fenómeno histórico recurrente a decir de Margaret MacMillan; sino ante todo como una institución social que busca gobernar el ejercicio de la violencia sostenida entre dos o más comunidades humanas para alcanzar propósitos que son considerados como legítimos por cada una de ellas. Bajo esta perspectiva, el llamado a considerar con seriedad la obra de Carl von Clausewitz como parte de nuestro debate es una invitación a cuestionar las narrativas dominantes al hablar de la violencia mexicana. Puesto que en México la lógica de la violencia parece atender a otros propósitos, dar cuenta de aquello que ha sucedido sobre el terreno a lo largo de las últimas décadas resulta fundamental: como lo han sugerido los estudiosos de NORIA, trascender el discurso de la guerra es acaso una de las tareas centrales de nuestro tiempo.

Para ampliar el debate en torno a estas cuestiones, el nuevo número de Istor señala que la crítica del lenguaje ofrece un punto de partida para pensar de un modo constructivo en la violencia mexicana. Así, el cuestionamiento de la retórica de «guerra» sirve como punto de partida para el desarrollo de siete ensayos independientes que buscan destacar algunas de las dimensiones más importantes del paisaje de la violencia mexicana en clave histórica. Su intención es clara: ampliar el ámbito de nuestras preguntas con relación a un tema central para el futuro de México.


* Alexis Herrera es candidato a doctor por el Departamento de Estudios de Guerra de King’s College London e integrante del Centro de Gran Estrategia de dicha institución. En 2020 se desempeñó como investigador visitante en la División de Historia del CIDE. 

[1] Octavio Paz, El arco y la lira, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (1986), p. 29

[2] Al respecto consúltese, por ejemplo “XXI Sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública” en La voz de los hechos: discursos del Presidente Felipe Calderón Hinojosa, México, D.F., Fondo de Cultura Económica (2012), p. 43

[3] Raymond Aron, Penser la guerre, Clausewitz, vol. i, Paris, Éditions Gallimard (1976), p. 10

[4] Murielle Cozette, “Reading Clausewitz: Raymond Aron’s Interpretation of On War” en Andreas Herberg-Rothe et al. (eds.), Clausewitz: The State and War, Stuttgart, Franz Steiner (2011), pp. 109-127

[5]  En efecto, al referirse al momento fundacional del siglo XX mexicano, Knight no duda en señalar que la causalidad “fue militar, y como los resultados fueron clave, las batallas determinaron quiénes gobernarían México durante décadas, lo que me sugiere que la historia militar es algo que debemos tomar muy en serio.”. Alan Knight, “Guerra Total: México y Europa, 1914”, Historia Mexicana, vol. lxiv, no. 4 (2015), p. 1642. Al apunte de Knight podemos sumar hoy dos obras recientes sobre algunas de las guerras más importantes del siglo XIX mexicano: la de Peter Guardino sobre la guerra de 1847 (La marcha fúnebre, Grano de Sal/Universidad Nacional Autónoma de México, 2018) y la de Fowler sobre la guerra civil que dividió al país una década más tarde (La Guerra de Tres Años, Crítica, 2020).